Ahí me esperaba mi amigo tomando un bagel y un café humeante y con un juego de partituras extra para mí (?). Me condujo a la Iglesia Luterana de Saint Paul, donde nos esperaba el coro, predominantemente compuesto por mujeres negras.

La música, canciones inglesas de navidad clásicas y modernas. La invitación resultó ser una amable encerrona: una cosa trajo la otra y el resultado es que al día siguiente acabé cantando con ellos un concierto de obras todas nuevas para mí.
El acto fue también un homenaje a uno de los más prominentes miembros de la agrupación, barítono, ya mayor, aunque todavía en plena carrera musical como demostró con su voz cálida y grave en un solo. Su breve discurso, en el que agradeció los honores, terminó asegurando que "la música le había salvado". Yo no pude menos que imaginar que sus palabras significaban en este caso algo más que una frase hecha, pronunciadas como fueron en un barrio que, aunque en vías de recuperación, ha sido sinónimo de violencia y miseria durante las últimas décadas.
Al concierto le siguió un ágape con diversos platos cocinados por las propias cantantes.
Cuando salimos de la iglesia nevaba con grandes copos decorando las calles del Bronx en un precioso aunque efímero espectáculo urbano.
Creo que me va a gustar en invierno en Nueva York.
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