domingo, 17 de mayo de 2009

Paco El Manitas (y la isla desconocida)

Frank Lloyd Wright, (que se puede traducir libremente como Paco El Manitas), es uno de los mitos que todo arquitecto tiene. Hay figuras de la arquitectura que gustan a unos sí y no a otros, pero los mitos, Wright, Mies y sobre todo Le Corbusier son casi como una religión, simplemente te tienen que gustar. A mí Le Corbu nunca me ha acabado de convencer, aunque en su día hice grandes esfuerzos. Me liberé de la obligación de tener que hacer el paripé el día que llevé casi a rastras a la casa La Roche-Jeanneret, a las afueras de París, a dos buenos amigos. La casa estaba cerrada y frente a ese muro blanco anodino entonces lleno de humedades y desconchones y su ventana corrida, mis amigos me miraron con cara de..."tú nos has traído aquí, ahora cuéntanos por qué". Alcé la voz en tono declamatorio: "Esta fachada...." y concluí con lo único que pude decir sin traicionar lo que estaba pensando "...¡es una mierda!".

Los grandes hitos del Estilo Internacional, con honrosas excepciones, han envejecido física y conceptualmente muy mal. Los arquitectos que los levantaron tenían en mente una nueva forma de construir...que no estaba desarrollada, así que acababan haciendo chapucillas con ladrillo y revoco. Y fueron, Le Corbusier a la cabeza, pioneros de un estilo, por mucho que luchasen contra esa palabra, "estilo", que subvertía las normas clásicas para crear una estética nueva, prescindiendo de aleros y otras protecciones que durante siglos habían procurado la durabilidad de la construcción contra viento y lluvia, y aumentando las superficie de vidrio en las fachadas, lo que atenta contra el confort y la economía en países cálidos como España, o muy fríos como al norte de Europa. Ese estilo, en manos de un genio producía espacios interesantes, pero al popularizarse y banalizarse lo que generó es el horror de los ensanches urbanos imposibles de diferenciar de tantas ciudades de los cinco continentes.

Wright se salva de gran parte de esta crítica. Él iba por libre, hizo su propia arquitectura tomando sin prejuicio lo que de la arquitectura tradicional consideraba válido o esencial, e hizo de su obra una constante investigación sobre la adecuación de la construcción al entorno físico y cultural.

Me encanta Wright.

Así que decidí hacer una de esas locuras semirreligiosas de arquitecto: invertir un día en ir a la única casa suya en Nueva York, en el centro de Staten Island.

La casa no es de las más notables, y aunque tiene algunas cosas interesantes, y se ve la mano del maestro, me decepcionó un poco y además no hay posibilidad de ver más que la fachada que os muestro. Hay quien va a ver emocionado el lugar donde murió o donde enterraron a un ídolo suyo, cantante, actor o literato, y vibra con la emoción del momento aunque realmente ha ido a ver un montón de piedras, una cuneta o una plaquita con cuatro flores. ¿Qué es lo que hace que esa gente vibre? Nada relacionado con los que están percibiendo, sino el mito que ya traían elaborado de casa. Frente a la casita de Wright me sentí un poco como esos groupies.

Staten Island es el más desconocido y despreciado de los boroughs (distritos) de Nueva York, y hay quien dice que debería segregarse. Muchos manhattanitas no han estado jamás y se puede entender por qué: se masca un ambiente suburbano de pueblo estadounidense del todo alejado a la cosmopolita Manhattan y a la emergente Brooklyn. La gorra de los Yankies en la cabeza y el chicle en la boca son parte fundamental en el atrezzo local. Es el único borough al que no llega el metro y el único con mayoría republicana. Cuando dije a mis compañeros del trabajo y de piso que había ido me preguntaron abiertamente que qué se me había perdido ahí.

La verdad es que gracias a la peregrinación arquitectónica descubrí uno de los grandes valores de la isla: las casi únicas viviendas que quedan en Nueva York de los siglos XVII y XVIII, que aquí se consideran la Prehistoria. Algunas las han transportado desde las inmediaciones para convertir un trozo de la isla en un museo abierto de la arquitectura colonial. Son casa muy modestas, de colonos holandeses e ingleses que adaptaron las formas de sus países al material más abundante en la nueva tierra: la madera.

El centro histórico de Richmond es pues, un idílico rincón de historia americana rodeado de naturaleza que recomiendo a todo el que vaya a pasar unos días por aquí y quiera desintoxicarse del bullicio urbano.


En el ferry de vuelta, a lo lejos, el perfil de Manhattan te devuelve de golpe al la realidad.

2 comentarios:

  1. Yo tengo la teoría de que Paco el Manitas aprendió los años que estuvo viviendo en Japón el arte del Feng Shui, una especie de supersticiones que te dicen cómo queda bien una casa y cómo no, y es lo que hace que sus obras sean más acogedoras incluso para los no arquitectos que otras del movimiento moderno. Su manera de hacer ha pasado claramente a la escuela de arquitectura, cuando te dicen "cómo se te ocurre poner una puerta del baño al final de un pasillo oscuro, mejor pon una ventana". Ese tipo de cosas poco definidas y que nadie sabe dónde están escritas, pero están ahí, se las explicaba yo a un amigo cuando me preguntaba qué os corrigen los profesores cuando hacéis edificios, y contándole lo de la puerta del baño me dijo: "vamos, que os miran que vuestro proyecto tenga un buen Feng Shui, ¿no?". Pues la verdad es que sí, gracias al Manitas.

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  2. Qué bueno el comentario...
    Albertito!! hijo mío, NO DEJES DE ESCRIBIR!! nunca en la vida, que se ve que disfrutas taanto y lo cuentas tan bien...
    un beso!!
    vaya mansiones, no??
    Paula

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