viernes, 27 de marzo de 2009

La Sexta.

Durante estas dos semanas he tenido momentos y vistas que me hubiese apetecido retratar con una cámara, aunque no soy yo alguien a quien le guste mucho hacer fotos.
En los viajes siempre me estorba y acabo por no llevar nada. Aquí es distinto: sin ir más lejos, ayer me subí por primera vez a un rascacielos en obras, para hacer una inspección de los cerramientos, y las vistas eran espectaculares.
He hecho una excepción y me he comprado una cámara malucha para llevarla siempre en el bolsillo para cuando surja la ocasión. En el fondo es una ventanita donde enseñaros lo que veo. Ahora sí me parece que tiene sentido. La estreno hoy, que no he hecho nada especial, sólo darme un paseo a Union Square para coger el metro en un día gris.


La sexta es la avenida donde está la empresa en la que trabajo:


En esta ciudad muchas cosas no son lo que parecen. Están muy de moda ahora los restaurante y bares secretos, en los que el exterior no indica su presencia, y suelen parecer locales abandonados, garajes o viviendas, y dentro hay un restaurante japonés de lujo. O bien una tienda de kebabs grasienta en la que hay una cabina de teléfonos. Metes una moneda, llamas al número adecuado, dices la frase adecuada...y se abre la compuerta al bar de moda. Puro Mortadelo y Filemón. Hoy no he visto un local de esos, pero casi.

Iglesia neogótica en la Sexta Avenida:

Movido por la curiosidad, me meto a verla...


Y en el altar...un "dios del tecno"




Union Square......y ¡a casita a descansar!


lunes, 23 de marzo de 2009

Poco a poco.

Hoy ha sido mi primer día de trabajo. Para comenzar poco a poco, tomando altura hasta que me acostumbre a las alas, me han encomendado trabajar en la rehabilitación de este "cobertizo":



El Grace Building, de Skidmore, Owings and Merrill (SOM).

Ufff...

No es ciudad para viejos.

Tendría unos doce o trece años cuando ví por primera vez The Crowd, una película que me impactó mucho, sobre todo por esta escena, pero también por el demoledor mensaje que transmite su historia.

(Ver a partir del minuto 2:15)


A pesar de que creía haberme olvidado de ella, estos días de contacto con el frenesí neoyorquino han hecho que aflore de nuevo su recuerdo vivamente.

La media de edad de la ciudad de Nueva York es de 34 años, y eso es algo que se percibe claramente si se fija uno por las calles o en el metro. Y las razón parece ser precisamente lo inhóspito de la ciudad, lo duro de sus condiciones de vida, su clima extremo, sus precios exorbitados...todo eso hace que cuando las personas llegan a determinada edad no puedan aguantar el ritmo de la ciudad, ni moverse en la brutal hora punta del metro (y nos quejamos los madrileños de la línea 6) en la que una marea humana te empuja por los pasillos y las escaleras, y mucho menos aguantar el violento traqueteo de los metros expresos a toda velocidad. La conclusión lógica es abandonar la ciudad y comprarse o alquilar una casita en otro sitio más halagüeño por la mitad de precio que un cuchitril sin ascensor en la city. Tampoco se ven muchos niños pequeños por ahí, aunque parece ser que los hay en cantidad, porque sus padres les protegen de todo eso, y surgen como los caracoles después de la lluvia los fines de semana en Central Park. La multitud, hoy como en los años 20 que retrata Vidor de forma magistral, es inhumana y fría. Debe ser por eso que los neoyorquinos tienen tantas ansias de comunicación, para paliar esa sensación de masa ciega y muda que avanza toda en la misma dirección.

sábado, 21 de marzo de 2009

Hipsters.

Mi barrio, Williamsburg, se divide en tres sectores: el intelectual y de moda, con muchos sitos para salir y restaurantes, un segundo latino, esencialmente dominicano, que también rebosa vida pero donde todo se escribe y se dice en español, y se puede comprar comida fresca y cosas tan apetitosas como el inmenso bocadillo de pernil asado que me metí el otro día entre pecho y espalda. Un tercer sector está habitado por judíos ortodoxos, hassidim, que hablan y escriben sus letreros en yiddish. Es como retroceder en el tiempo a la Centroeuropa de antes de la Guerra Mudial; impresiona y apasiona a partes iguales.

Esta es la sección hipster:


Ésta,la hassidim:


De la sección dominicana no he encontrado un video representativo. La separa de la zona judía la elocuentemente llamada Division Street, que es una auténtica brecha entre dos comunidades bastante incompatibles en cuanto a costumbres y que se ignoran mutuamente.

Este fin de semana está siendo muy tranquilo y estoy descansando mucho, fundamentalmente porque ha coincidido que ya está resuelto lo más gordo y que han venido cuatro amigos del coro que están de viaje por Chicago, Washington y Nueva York. Esta mañana nos hemos ido de paseo por Central Park y he hecho un poco de turismo, para aprovechar el estupendo día que hacía. Así que Metropolitan Museum, Guggenheim, tienda de Prada de Koolhass, Greenwich Village y hemos acabado con un paseo por el puente de Brooklyn donde he visto por primera vez Manhattan desde fuera, el famoso skyline.

Y ayer fuimos a la fiesta de inauguración de la exposición de mi compañera de piso, en la que hubo jazz en directo, y más cosas...que contaré un vez que me lleguen los documentos gráficos, porque aquí más que nunca, una imagen vale más que mil palabras. A la espera de ese momento, baste con decir que me lo pasé pipa y que superó todas mis expectativas en cuanto a la fauna local que asistió.

jueves, 19 de marzo de 2009

La Vie de Bohème

Ambas citas resultaron exitosas. La amiga de la arquitecta, dominicana, me alquila hasta final de mes una habitación en el piso que está desmontando. Como está vendiendo los muebles, de cuando en cuando entra gente a ver si le sirve algo, lo que tiene una parte interesante, porque estos también se enrollan a hablar, y otra pesada, porque a veces uno quiere estar tranquilo.

Y la habitación del anuncio...

...está en un loft en Williamsburg, el barrio de intelectuales y jóvenes artistas alternativos de Brooklyn, a una parada de Manhattan. El ambientillo de la zona es de lo más pintoresco, con la mezcla racial y cultural de Nueva York en general, pero rodeado de tiendas de ropa de segunda mano, librerías de arquitectura y arte, anticuarios, restaurantes baratos y chic, galerías de arte alternativas...

El barrio ha sufrido en los últimos 20 años un proceso que aquí llaman gentrification, que consiste en que un barrio marginal, o en este caso industrial, va siendo tomado gradualmente por habitantes jóvenes y no conflictivos de otras zonas y pasa a ser un sitio agradable para vivir. Según me dicen, en los 70 entrar en este barrio significaba no salir vivo.

Mis tres compañeras de piso: una es editora, otra es pintora y escritora y la tercera es su hija de siete años. De hecho, mañana estoy invitado a la fiesta de inauguración de una exposición suya (de la pintora, claro), con jazz en directo y performances. dice que me va a presentar a gente, y yo estoy encantado, porque llevo menos de una semana y ya estoy metiéndome en un círculo social de intelectuales neoyorquinos ¿Quién puede pedir más?

El loft es de los que dieron origen al término, nada que ver con los espacios alucinantes de diseño de colores satinados de los libros del VIPS. Es más bien destartalado, como Nueva York mismo, y el inmueble (otra vez Berlín) me recuerda en estética a las famosa casa okupa Tageles, en Mitte, pero en versión modesta y sin graffiti. Mi cuarto es, como diría la chirigota gaditana "los buscapisos":

"...Con ambiente acogedor
bueno, más que acogedor,
aquéllo era un probador...
y el letrero del felpudo,
en vez de un "Bienvenidos",
sólo pone "Ay!..."


Es un cubiculillo, pero con mucha gracia. tiene dos alturas, y la superior está hecha con estructura y una escalerita de madera pintadas en blanco. ahí se sitúa la cama y una ventanita pequeña. bajo la cama, un pequeño escritorio adosado, una estantería, sitio para la ropa... y ya. Técnicamente no está amueblada, pero no sabría donde poner ningún mueble salvo tal vez una silla y una lámpara, así que me voy a ahorrar el palizón de IKEA. En cambio, las zonas comunes, y eso es una rareza en Nueva York, son amplias, con techo alto y grandes ventanales. Vamos, lo que se llama un loft. El edificio fue fábrica de armamento y me tengo que informar mejor de cuándo se construyó, porque me llama mucho la atención. En un extremo del espacio central, un grueso pilar cilíndrico con un notable capitel cónico invertido, le da ese toque industrial y un particular encanto.

Así que...ya estoy establecido, chicos!

Kiss me, I´m Irish!

Amanecía el miércoles y yo estaba radiante de felicidad: tenía una cita para alquilar y además me había respondido la amiga de la arquitecta argentina de las que os hablé en la tercera entrada de este blog. Me ofrecía alquilarme su casa, pero en este caso sólo por unos días, porque se muda de inmediato. Así que dos citas importantes seguidas. Tan contento y tan confiado estaba que me permití otro lujo, después de haber estado sin ver más que la pantalla del ordenador día y noche, puesto que cuando los demás clientes del albergue se iban a dormir era cuando más podía avanzar con la búsqueda. El lujo fue acudir a la St. Patrick´s Parade. El día de San Patricio se celebra en NYC como si fuese el santo de la ciudad. No es fiesta oficial, pero muchos se las apañan para faltar al trabajo o hacer pellas, para no perderse el gran desfile. Tanto había oído hablar del desfile, tantos bares irlandeses y no irlandeses había visto adornados con tréboles y la bandera verde, blanca y naranja, tantos grupos se veían por las calles cantando y felicitándose a voz en grito, que pensé que era tonto si me lo perdía. ¡Esta gente hace estas cosas a lo grande!

Diossssssssssssssss mío............

No he visto un desfile más pachanguero en mi vida, y estoy contando también la cabalgata del olentzero de Pamplona, y que no se me ofendan los pamplonicas.

Filas y filas de militares absolutamente desinhibidos, marcando el paso sin ningún tipo de marcialidad, algunos de paisano, muchos charlando entre ellos, o saltando medio borrachos alternaban con grupos de gaiteros escoceses y bandas de música de institutos con sus cheerleaders a la cabeza. El plato fuerte, las hermanitas de la caridad, y un gupo de paisanos desacompasados que deben de ser benefactores de la orden. Y ya está. Lo único sorprendente es que estuvieron más de cinco horas desfilando por la 5ª Avenida, y no lo sé porque me quedase, pues no duré más de 15 minutos, sino porque cuando tuve que ir corriendo a la tienda de Apple que está en la 5ª con la 52 a eso de las tres de la tarde, ahí seguían como si tal cosa, al grito de "Kiss me, I´m Irish!" La tienda Apple ha sido, por cierto, mi salvación en varias ocasiones. Localizada bajo un elegante cubo de cristal, tiene la gran ventaja de que los ordenadores que exponen tienen internet y se pueden usar. Eso lo saben muchos, y es aprovechado por los pocos manhattanitas que no tienen portátil. Yo, cansado de hacer el pino con las orejas para conectarme, me compré inmediatamente uno en una conocida tienda en Park Row, y es así como he podido empezar a escribir en este blog.

Mi casa...

Con las necesidades básicas resueltas me decidí a salir a husmear alrededor del hostal a ver qué me ofrecía la ciudad. Fue un agradable paseo con el que le fui cogiendo el gustillo a esas mismas calles que en un principio encontraba hostiles. también me fui haciendo un poco con algunos aspectos del espíritu neoyorquino. Lo que en un principio identificaba con agresividad, y es cierto que tiene un claro componente agresivo, ahora más bien lo identifico con espontaneidad. Conforme vas por las calles, mucha gente se dirige a tí, igual para insultarte de forma ininteligible porque te has parado o porque estás demasiado cerca, que para entablar una agradable conversación que puede durar lo que tarde el metro en llegar a su destino, y no es raro que otros que la escuchen se incorporen. Es graciosísimo. Esta característica de no callarse ni lo bueno ni lo malo, de hablar con las paredes y de explotar si no dices una cosa ingeniosa que se te acaba de ocurrir aunque sea a un desconocido y sin preocuparse por la posible reacción del interpelado, es una característica de algunos destacados especímenes de mi familia paterna, que yo denomino "incontinencia verbal". Yo padezco el síndrome, tal vez no en su fase más aguda, pero sí suficientemente como para que me encuentre muy a gusto con esta faceta neoyorquina.
(Digresión: la mayoría de los que están leyendo estas líneas conocen el síndrome perfectamente, pero para los que no, baste con citar un ejemplo del caso más agudo, arquitecto e historiador para más señas: Semana Santa de Jerez de la Frontera. El susodicho está viendo una procesión con un amigo y comentando por lo bajo: "Dios mío, qué paso más horrible...si está tallado a mordiscos...y los arreglos florales parecen helados de la Ibense!" en esto aparece el hermano mayor de la cofradía, le reconoce y se dirige a él humildemente. "Don X, cuanto tiempo, qué honor tenerle con nosotros...mire qué hermosura de paso...lo acabamos de comprar, la otra imagen se la vendimos a la hermandad de Sevilla, y esta nos la acaban de esculpir...estamos muy contentos, maestro...es usted un experto en esto..nos fiamos de su criterio...¿qué haría usted para mejorarlo?" La respuesta incontinente no se hizo esperar: "Bueno...estas cosas...en Valencia...las queman por San José!" No hace falta que diga que fue inmediatamente declarado persona non grata por la hermandad. Fin de la digresión).

También estuve en Times Square, y no vi ninguna plaza. Me gustó mucho, sin embargo. No sé por qué hago permanentemente paralelismos con Berlín desde que estoy aquí, y Times Square me recordó algo a Potsdamerplatz en lo espectacular de su comercio y los carteles, pero en este caso Nueva york gana (no siempre es así). estuve en el Rockefeller Center, y un buen rato, porque es el único sitio donde he visto bancos públicos en Manhattan, y me quedé catatónico mirando al eje central donde está la estatua de Prometeo, que parece que se ha suicidado tirándose de lo alto del rascacielos y que los neoyorquinos llaman irónicamente Leaping Louie. El edificio central del Rockefeller sí me impresionó bastante, y eso que es sensiblemente más bajo que el Empire State Building, donde había estado ya pues la Cámara de Comercio española-neoyorquina tiene su sede ahí y yo tenía obligación de informarles de mi llegada. Creo que es porque el Rockefeller tiene una proporción más oblonga mirado de frente, y la sensación es más imponente, y el Empire State es mucho más ancho proporcionalmente. Eso viene a confirmar que el ancho es más importante que el largo en muchos contextos... También entré en St. Patricks Cathedral, (santo con el que tendría relación más estrecha el día siguiente), y me divirtió uno de tantos equívocos que provocan las diferencias culturales. En medio del altar, presidiéndolo todo, un gran arreglo floral con un único mensaje:"69".

Salvo esa pequeña licencia del paseo, los siguientes dos días me los he pasado esencialmente metido en el albergue mandando correos pidiendo una habitación para alquilar. La actividad era pesada e infructuosa. a pesar de tener varias delegaciones ayudándome desde Madrid a preseleccionar los pisos, pues la conexión a internet del albergue es en teoría de 10 minutos por persona y si aparecía alguien tenía que dejarle paso, casi no recibí respuestas. Es decir, recibí UNA respuesta. La mayoría requería que se le contestase por teléfono y ya os he contado lo difícil que es llamar si no tienes móvil por aquí. Así que sin acordarme realmente de cómo era el piso ni cuanto pedían por él, con el lío que tenía por las más de 40 ofertas que había mirado, les dije que estaba interesadísimo y que concertásemos una cita ya.

Mi estrella empezaba a cambiar.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Aire fresco.

Mi siguiente cita era con un amigo de Laura al que ella le había pedido el favorazo de que me fuese a buscar a una estación de tren, Ronkonkoma, situada a dos horas de Nueva York en Long Island, para darme las llaves de la casita de Laura y de paso acercarme en coche. Este chico, de Sri Lanka, y su novia, estaban puntuales en la estación y pude dormir en un sitio acogedor, donde Laura, que justo esta semana está en España, me había dejado instrucciones, planos y horarios de trenes.

Port Jefferson es un lugar idílico de casitas balloon frame de tablones de madera a la manera de la tradición de los colonos americanos, rodeadas de bosques de robles y al lado del mar.

Aunque el sitio me procuró descanso y un poco de tranquilidad (como mínimo tenía donde caerme muerto aunque fuese a casi tres horas de Manhattan), os preguntaréis por qué no me metí en un hostal directamente y por qué todo el lío con las maletas. Básicamente por dos factores:
el primero, porque gracias a los cambios constantes en la fecha de mi viaje, casi no tuve tiempo desde que supe la fecha definitiva y el vuelo, y prácticamente todo estaba agotado, y los sitios te piden un mínimo de tres días de estancia seguidos, con lo que no podía meterme en ningún lado. Y el otro factor, que no es magro, porque en Nueva York no hay hostales, sino hoteles, en torno a los 100 euros la noche, y hostels, es decir, albergues, donde puedes dormir en habitaciones compartidas, por unos 30. Mi temor era, y se confirmó despues, que las maletas volasen. Y se confirmó efectivamente porque al día siguiente dormí en un hostel y al chico de al lado le mangaron el portátil.

No fue sencillo encontrar, pues, una habitación, pero a eso de las tres de la tarde me metí en un hostel desde el que ahora escribo, regentado (y frecuentado) por chinos con un dominio relativo del inglés, y sucio hasta decir basta. Tenía, pues, ya resuelta la cuestión del alojamiento para los primeros momentos, pero el contador seguía en marcha pues el lunes entro a trabajar y lo del hostal compartiendo habitación con seis personas que cambian cada día sólo es asumible en un primer momento.

Like a wounded gazzella

En un genial vídeo de esos que corren por internet, dicen que un niño a la entrada de su colegio arrastrando un chelo es "like a wounded gazzella in the Serengeti". Esa imagen no paraba de venirme a la cabeza durante mis primeras horas en Manhattan. Después de las doce horas de vuelo con escala en Londres de rigor y dos más entre la aduana y el tren a la ciudad, me encontré con dos maletas, cada una de ellas de unos 19 kilos (eso ponía en la báscula) y una bolsa "de mano" de otros diez más, en Penn Station, en pleno Midtown. Había quedado con la hija de una amiga de la mujer de un amigo de mi padre, así, tal cual suena, con la que había hablado por teléfono tan sólo un rato antes de que ella viniese, hacía un mes. La cuestión es que las cosas sobre el papel son más asépticas y a una de las maletas se le estropeó una rueda, de manera que mientras que buscaba el punto de encuentro, un Starbucks Café, y durante las siguientes seis horas, tuve que moverme por las calles, el metro y sus interminables escaleras llevando a pulso 29 kilos y arrastrando otros 19 más. Con todas mis pertenencias, el dinero, el pasaporte, el visado, y los demás papeles del trabajo y oficiales que no podía perder por nada del mundo, cualquier niño de cinco años con una navaja de plástico hubiese estado en situación de superioridad frente a mí en caso de que quisiese hacerme algo y desplumarme.

El caso es que esta chica, muy pija ella aunque encantadora, se había ofrecido amabilísimamente para que dejase las maletas en su casa para evitar la situación. Se trataba sólo de llegar a su casa en Lower Manhattan. Ahí fue donde me di cuenta que enterarse de cómo va la ciudad no es cosa sencilla, y me lo han constatado neoyorquinos que a ellos todavía les pasa ocasionalmente aparecer en Queens cuando querían ir a Wall Street o al ayuntamiento. Y eso es lo que le ocurrió a esta chica en la que delegué mis actividad neuronal atacado como estaba de nervios y de jet-lag. El tercer metro que cogimos ya resultó ser el bueno, con lo cual tuve que subir y bajar a pulso los bultos unas pocas veces más por las escaleras. Los brazos ya no me respondían, y la chica se ofreció a llevarme algo, pero a esas alturas ya no podía casi ni con una. Al final, como digo, seis horas después de aterrizar, llegamos a su apartamento en un quinto sin ascensor, claro, donde le dejé los dos bultos grandes, y rápidamente, sin poder pensar mucho, transvasé algunas cosas básicas a la bolsa de mano y salí corriendo hacia mi siguiente cita.

Han pasado dos días de eso y todavía me duele todo.

Dos días (y medio) en Nueva York.

Ese es el tiempo que llevo ya aquí, y se me hace evidente que el famoso número musical que puse en la anterior entrada se enmarca claramente en el género de la ciencia-ficción. Independientemente de que no he visto todavía ninguno de los lugares a los que van Gene Kelly y Sinatra, la escala de la ciudad hace que sea físicamente imposible abarcarlos todos en un día. Mis primeros pasos aquí han sido agotadores, frenéticos, un poco surrealistas y sólo ahora tengo un momento de respiro para escribir aquí, cosa que he tenido en mente desde el primer momento.

Lo que me pasó por la cabeza los primeros momentos es difícil de resumir en pocas líneas, fue una confusa amalgama de sentimientos contradictorios, asombro, miedo, entusiasmo y agotamiento. Tal vez lo mejor es que ponga un extracto de uno de los poquísimos correos que he podido escribir a la llegada. Una de las sorpresas fue que Manhattan no tiene locutorios ni ciber cafés, ni cabinas de teléfono, que uno piensa que debería de estar plagado. Aquí todo el mundo tiene su Iphone su su agenda con internet, su netbook o como diablos se llame, pero el tema es que andan conectados y con móvil todo el rato, y las pocas cabinas están abandonadas y vandalizadas, además de que el sistema de tonos es rarito, y de que la única que encontré que funcionaba y eso fue ayer, se tragó tres monedas antes de conseguir que me diese el tono...de comunicando. Bueno, ahí va el extracto:

"...esto es alucinante, y no tanto por los rascacielos que no me han impresionado nada, con todo lo que dice la gente, sino por el bullicio, la mezcla racial, los judíos ortodoxos, los negros, los hindúes, los taxis inmensos y los puestos de comida humeantes en las calles, la gente jugándose la vida por cruzar en rojo. Realmente...no es bonito, es muy cutre, y huele a comida y a pis por las calles (no por todas, claro) pero tiene eso gustillo destartalado, cool y moderno a la vez de Berlín, elevado a la décima potencia.

El cutrerío se mezcla con el glamour y con algunas cosas tremendamente tópicas de los yanquis, y hoy, sin hacer turismo, solamente con la lengua fuera, he visto el rodaje de una serie de televisión a lo grande en la calle, varias limusinas inmensas en hoteles de lujo con fotógrafos, unos (y no exagero) 80 o 90 coches de policía tocando la sirena a la vez formando un bloque compacto por la calle, y me ha dado para ver que Central Park tiene una pinta increíble...Lo que son las cosas, a priori no me llamaba la atención, no me lo imaginaba un parque tan delicado, y sí lo es."

jueves, 12 de marzo de 2009

Vuelo.

Después de no pocos problemas de papeleo y cambios de fecha, definitivamente me voy dentro de tres días, el domingo aterrizo en Newark.

lunes, 2 de marzo de 2009

La cosa se define...

Ya tengo fecha.

Es aproximada, pero en torno al 13 de marzo estaré volando a Estados Unidos. Supone casi un mes de retraso respecto a lo previsto, pero con estos temas hay que tener paciencia. El jueves que viene paso el último trámite en la Embajada, y la cosa ya no tendrá vuelta atrás.

La primera anécdota neoyorquina me ha pasado estando todavía en Madrid: Llegando a la puerta de la casa de un amigo que vive por Lavapiés nos encontramos con una señora que resultó vivir puerta con puerta con él.. La conversación fue más larga pero se puede resumir así:

-¡Ah!, ¿Es usted mi vecina?
-Sí, no nos conocíamos... es que mi marido y yo venimos muy poco: realmente vivimos mucho tiempo en Nueva York
-¡Vaya! Yo voy a ir a trabajar ahí en breve ¿Y ahora se han venido a vivir aquí?
-Bueno, realmente no, aunque nos hemos vuelto de NY. Están las cosas mal con la economía ahí...y en mi gremio, más: soy arquitecta
-¡Qué casualidad, nosotros también!
-¡No me diga! ¿Y dónde va a trabajar?
-En una empresa llamada X.
-¡Hombre! ¡Enrique X! ¡Si es amigo mío!

Así que la vecina de mi amigo, así, de casualidad, resulta ser una manhattanita de hace más de 30 años y conoce a mi futuro jefe. Ella y su marido son unas personas encantadoras y me van a echar una mano muy de agradecer presentándome a unos amigos suyos que me pueden facilitar el tema del alojamiento inicial, entre otras cosas.

Al día siguiente quedamos en casa de mi amigo y estuvieron contándome cosas de la historia de la ciudad, y algunos aspectos prácticos. Os destaco uno que me resultó curiosísimo: Para viajar por las ciudades de la Costa Este parece ser que el medio más económico y popular es...el Chinatown Bus. Varias pequeñas empresas de autobuses que surgieron para conectar los Chinatown de todas las ciudades importantes, para que los chinos puedan visitar a sus familias y tratar sus negocios, fundamentalmente entre Washington, Boston y Nueva York. Como el negocio ha sido próspero y ya no sólo los chinos lo usan sino todos los que no tienen ganas de pagar mucho por viajar, les están haciendo la competencia...¡los judíos ortodoxos! Con sus propios autobuses conducidos por señores con sombrero negro y largos aladares, han creado su particular Hasidic Bus. Parece ser que les están quitando clientes, porque éstos no empujan al personal para que se siente en su sitio asignado, hablan inglés correcto, y hasta ponen una peli para el viaje. Solamente tienen una pega, y no es poca: no funcionan los viernes por la tarde ni los sábados.