lunes, 22 de junio de 2009

Ratas.

Llevan meses hablando de subir las tarifas de la MTA, el consorcio de transporte público de Nueva York. Ya estaba decidido. Las subidas iban a ser brutales: el abono mensual pasaría de 81 dólares a 105. Después de arduos debates, presiones, manifestaciones, camisetas, argumentos sociales y repulsa generalizada, han reculado y han reducido el incremento, hasta 89 dólares. Todo el mundo contento.

Para conseguirlo han despedido a gran parte de la plantilla de limpieza del metro.

Menos limpiadores significa más basura.

Más basura significa más ratas.



Las ratas son tan neoyorquinas como Robert de Niro. Últimamente hasta se ha publicado un libro sobre su historia en la ciudad que va para best seller. Te las encuentras cuando menos te lo esperas, pasando tan tranquilas detrás de una chica con su café humeante y su bolso de Prada*, en los andenes o en una calle silenciosa.

* (La chica, claro, no la rata)

martes, 16 de junio de 2009

Serendipity (o el "Efecto Mariposa").

Ayer necesitaba un poco más de calma, un poco más de tiempo y acabar de asimilar lo que me acababa de pasar para podéroslo contar adecuadamente. Hoy sigo sin disponer del tiempo, pero haré lo que pueda.

El acontecimiento urbanístico del año en la ciudad es, a mi juicio, la inauguración de High Line, un parque lineal que se ha hecho encima de uno de los muy pocos tramos elevados que quedan de las antiguas vías férreas que en su día cruzaban Manhattan de punta a punta. Este tramo estaba abandonado y una de estas asociaciones privadas sin ánimo de lucro que se forman para potenciar un barrio, poner papeleras, bancos o mejorar sus aceras, les encargó a los arquitectos neoyorquinos Diller y Scofidio su diseño. Así que ayer me decidí a verlo, ya que está recién inaugurado El resultado es inmejorable, un diseño sencillo, sin alardes de espectacularidad, pero cuidadísimo, elegante, sutil...hace un fuerte y muy interesante contraste con el desastre oxidado y cutre de los alrededores llenos de naves industriales y alambres de espino (es la misma zona en la que encontré la galería de arte "secreta"). En pleno trance estético, no pude menos que felicitar a uno de los voluntarios de la asociación que estaban explicando el proyecto a los que se les acercaban. En ese momento se unió un señor mayor, de unos ochenta años, que le preguntó a la voluntaria si se podía reservar el parque para una fiesta privada por un par de horas, poniendo unos pocos miles de dólares de alquiler, porque en ese momento parte del parque estaba ocupado por la fiesta de inauguración para los participantes de la asociación. El señor, menudo, con pelo y bigote blancos, lleno de vitalidad y sonriente le hizo gracia a la chica que contestó con una ocurrencia. Ya he dicho que aquí es muy normal que la gente se dirija en la calle o en el metro a un desconocido para contarle cualquier cosa que esté pensando, así que no me extrañó que el señor siguiese contándome historias una vez que la chica se dio la vuelta. Vivía en Nueva York desde hace 70 años, aunque estuvo temporadas en Chicago y San Francisco, pero ambas ciudades le parecían puebluchos para pasar un fin de semana en comparación con su adorada Nueva York. Me contó que el parque estaba bien, que habría que verlo en unos meses lleno de grafitti, basura y ratas, (cosa que será verdad como no hagan un mantenimiento muy costoso) pero que a unos pocos bloques de ahí había algo cien veces mejor:
The Frying Pan.
Un barco de fundición de 1929, un guardacostas que servía para guiar a los buques y que irónicamente se hundió en el Hudson. En los ochenta lo reflotaron y convirtieron en un restaurante exclusivo donde se hacían las fiestas de Harper´s Bazaar y de Vanity Fair, otro secreto de la ciudad que nunca se publicitó hasta que poco a poco se fue perdiendo el misterio, por el inevitable boca a boca. El hombre insistía en que aquello era digno de verse, y como me sé que cuando cuando algo está por zonas industriales o en las orillas de los dos ríos suele ser bastante difícil de encontrar porque nadie te indica bien cómo llegar, cuando me dijo que él iba de paseo por ahí y que si quería me decía dónde estaba acepté sin dudarlo. El señor tenía gracia, hilaba una conversación tras otra y granaba su discurso con alusiones históricas, experiencias personales y alguna que otra ida de cabeza que se podía achacar a la avanzada edad. Que había conocido a Nelson Mandela, a Forbes y a Jacqueline Kennedy, o que Obama es el octavo presidente negro de los Estados Unidos. Pero la realidad es que ahí estaba el barco, varado y decadente, porque hoy vuelve a estar sin actividad al no haber conseguido renovar la licencia del ayuntamiento. Entre las maquinarias antiguas, al muelle de madera y los recovecos de escaleras y plataformas que se aprovechaban para las mesas del restaurante, va libremente todo aquél que quiera, con su propia comida y bebida, soñar con que está en una de esas fiestas de alta sociedad. El interior del barco conserva el aspecto de buque fantasma, pues nunca quitaron las conchas incrustadas ni el óxido de cuando estuvo bajo las aguas del Hudson.

Le agradecí al señor su amabilidad, y sin que dejase de hablar ni un segundo, mezclando sus comentarios sobre política con citas históricas me dijo que había algo también muy notable en los alrededores: los muelles de Chelsea, donde anclan unos tremendos yates privados de lujo cuyas fiestas de gente guapa se alcanzan a ver desde tierra firme. Y unas pistas de hokey sobre hielo en un complejo deportivo justo en frente del muelle. Todo lo que prometía el viejo chiflado resultaba ser verdad, así que allá fui llevado por la curiosidad y asombrado por el tipo de personaje excéntrico y locuaz que tenía en frente.

Sentado en las gradas de la pista de hockey, casi tiritando del frío y viendo cómo esas malas bestias se lanzaban los unos contra los otros con estruendo, el viejo me confiesa llanamente: "Bueno, creo que tienes que saber que no soy heterosexual, me gustan los hombres, pero no te preocupes, estás a salvo, no estoy interesado en ti, sólo en tu cerebro, pues te interesan las cosas que te cuento." Yo aguanté el tipo como pude, al fin y al cabo, lo había dejado claro y sin dobleces y había puesto el parche antes que la herida. Así que le agradecí su sinceridad, le dejé yo también bien claro que no compartía afición, cosa que parece que ya sabía él sin necesidad de que yo dijese nada. Ya fuera de la pista me contó que había sido anticuario, que ahora llevaba una casa de huéspedes y que había tenido muchos amantes y conocidos del ambiente homosexual en el Nueva York de los años 40 y 50, que aquello era una pequeña sociedad en la que todos sabían de todos, y me enseñó la foto histórica de un barco hasta los topes de inmigrantes hacinados a su llegada a la isla de Ellis. "Mira la pose de éste...es una reina ¿verdad?...si parece Ava Gardner...Forbes me dijo que había sido amante suyo." Liberado de su secreto me contó más detalles de su vida y más disparatadas teorías de parentescos y líos de la jet americana de los 50.

Cuando me dijo que nos acercásemos a su casa de huéspedes, que era lo que antes fue su tienda de anticuario le tedría que haber dicho que no, la cosa ya había llegado demasiado lejos, y aunque su promesa de respeto me había parecido sincera, no podía estar seguro. Miré al anciano, no debía de medir más de un metro sesenta y tenía los brazos delgados como palillos de dientes. No parecía suponer un gran peligro en el caso de un enfrentamiento físico y todas las señales que había recibido me mostraban que se trataba de una persona culta y educada, así que contra toda lógica acepté su invitación, no sin una cierta duda interna.

El edificio al que llegamos resultó ser una brownstone, el tipo de casa señorial que toma el nombre de la piedra con la que se solía construir, y que fue la única forma de vivienda aceptable para la alta burguesía neoyorquina durante la segunda mitad del XIX y principios del XX. Hoy, casi todas han sido subdivididas y vendidas o alquiladas por apartamentos.

Sobre la entrada, colgado, el cartel del anticuario. Me entraron ganas de salir corriendo y que le friesen un huevo al viejo, pero algo me hizo esperarme un poco más. Encendió la luz del cuarto y....

Delante de mis ojos me encontré con la habitación más impresionante que me podía imaginar, un trozo de historia intacta de siglo XIX con todas las decoraciones originales. Un intenso olor rancio, como de gato, hacía la experiencia algo menos exquisita, pero las piezas parecían auténticas: un candelabro norteamericano del siglo XVII, cuadros y esculturas en una sala donde las molduras, las vigas de madera y las carpinterías históricas quedaban medio ocultas por la sobreabundancia de muebles de la misma época. Las escaleras, nada protagonistas del espacio merecen también que me detenga para comentarlas, por su estrechez y pendiente y por lo bien trabajado de la madera y su buena conservación. Bajamos al sótano por una de ellas y ante mis ojos, bajo las vigas sin labrar, pude ver lo que parecía una chimenea pero no era sino la carbonera de la calefacción original. La penumbra era una constante en todos los espacios en los fui pasando debido a que las lámparas, también antiguas, estaban cubiertas por tupidas pantallas y cristales soplados que dificultaban el paso de la luz y la claridad de la visión de los Lalique, las esculturas obscenas, los cuadros barrocos y románticos que observaba boquiabierto. Pasado ya el temor de que el hombre sacase una sierra eléctrica y una máscara, me dediqué a disfrutar de las piezas únicas que se me mostraban: un torso de un (cómo no) efebo romano, tal vez Antinoo, un cuadro pintado del natural de George Washington que conserva hasta el marco original, una escultura de un arquero art decó regalada por Nelson Mandela a otro de los artífices de la liberación de Sudáfrica del Apartheid y tantas otras cosas de las que no podría hacer recuento, tanto por su profusión como porque la capacidad de absorción de nombres y fechas de mi cerebro empezaba llegar a su límite.

El edificio entero es de su propiedad: tres pisos más el sótano y el jardín, cuidado y amueblado también con sillas y mesas de fundición del XIX. En la planta segunda se desveló el origen del olor que había percibido a la entrada: periquitos, canarios, loritos y muchas más variedades de pájaros de colores volaban libres en un cuarto entero dedicado a ellos. La pajarera tiene en medio una fuente, también de fundición, y al fondo una especie de altar oriental con raras esculturas chinas y raíces retorcidas.

Efectivamente, algunas de las habitaciones las tiene disponibles para alquilar por temporadas, me imagino que a precios astronómicos, entre otros a un tipo que surgió de improviso de una de las estancias contoneando las caderas, musculoso, bronceado y mostrando una sonrisa de oreja a oreja con unos dientes demasiado blancos para ser naturales. Resulta ser un masajista que tiene su sala de operaciones en uno de los espacios principales.

Cuando al final salí de la casa con su tarjeta en el bolsillo y el ofrecimiento de volver cuando quisiese, vagué un buen rato dando tumbos y medio atontado en parte por la tensión, en parte por la impresión estética de tantas maravillas y por la verborrea a la que me acababa de someter Charles, el anticuario de Chelsea.

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jueves, 11 de junio de 2009

Museos


Me he empapado unos pocos museos desde que estoy aquí, y aunque me falta alguno importante como la Frick Collection, ya tengo mis favoritos (el Noguchi Museum, el Guggenheim y la Hispanic Society están en obras y abiertos sólo parcialmente, con lo que tengo que volver cuando terminen). estas son mis impresiones de los que sí he visto, aproximadamente en orden de preferencia. También los hay cutrones, que conste.

MoMA, por supuesto. Qué voy a decir. Tremendo.

Metropolitan y The Cloisters. También por supuesto. Más tremendo si cabe. Sentimientos contradictorios por el expolio que suponen este tipo de museos y el placer de ver las piezas, sobre todo expuestas intentando recrear los ambientes en los que estaban originalmente.

The Pierpont Morgan Library. La biblioteca, de McKim, Mead & White, es un neoclásico espectacular. La colección está delicadamente escogida y los viernes te deleitan con un concierto de música clásica mientras que la ves. Para no perdérselo.

The New Museum. Arte contemporáneo provocador en uno de los mejores edificios modernos de Nueva York. Dos ejemplos extremos de la colección: un empleado del museo tiene instrucciones para comerse un plátano cada día y tirar la piel al suelo donde le parezca. Y el otro: una bella durmiente de carne y hueso, atiborrada de somníferos encima de un pedestal. Merece una visita aunque sea para reírte un rato y por el edificio.

PS1, en la misma línea del tipo de arte contemporáneo y gamberro en un antiguo colegio público. Famosos por las fiestazas que montan todo el verano, con piscina y todo.

Natural History Museum. Bastante impactante la sección de fósiles de dinosaurio montados, pero en general está orientado más como un museo didáctico para niños, lógicamente. El gran hall de entrada (la primera foto) es impresionante.

American Folk Art Museum. La colección, una patata, un montón de objetos kitsch de todas las épocas...pero el edificio, que está adosado al MoMA, es muy interesante, y cómo no, éstos también montan conciertos gratuitos los viernes que se oyen por todas las salas, en este caso de música pop-rock.

The Skyscraper Museum. Pequeñito. La distribución de los interiores es de SOM, al igual que algunos de los más importantes proyectos que exponen. Tienen algunas maquetas originales interesantes. pero no deja de ser una explicación teórica con paneles que puede sustituirse con un buen libro. Prescindible: si se va a estar poco tiempo enla ciudad, mejor salir y ver los rascacielos en directo.

Yeshiva University Museum. Uno de los tres museos sobre el mundo judío en la ciudad. Colección pobre y mal ordenada, mal explicado, caótico. Absolutamente prescindible.




Nada más por hoy. Me despido con una foto del cráneo del Albertosaurus Libratus

martes, 9 de junio de 2009

Fotos que no hice.

Algunas fotos que me gustaría poner en el blog pasan delante de mis narices sin que reaccione. La definición de instantánea para mí es parecida a la clásica definición de respuesta ingeniosa: la que se te ocurre media hora después de haberla necesitado. Pues ese instante memorable siempre me pilla o sin cámara, o a toda carrera, o simplemente el tiempo de reacción del "click" es suficiente para que el momento pase y ya no haya nada que hacer. Insisto que no me gusta hacer fotos, ahora que las hago para el blog las tiro sin cuidado, con una mano, sin acercarme la cámara a la cara y me salen casi siempre movidas, sin contar con que la cámara que tengo es la más cutre del mercado: ni gran angular, ni una óptica decente...así que se hace lo que se puede para las limitaciones del aparato y su dueño.

Además, para hacer fotografías de gente hay que tener muy claro que te importa un pimiento la intimidad de los retratados o cómo vayan a reaccionar, o que se pueda romper el momento...vamos, hay que perder pudores que yo no he perdido.

Estas son algunas de las fotos que no pude hacer:


-Un tipo con sombrero de copa pasa a toda velocidad por la calle sobre un artilugio compuesto por dos bicis, soldada una encima de la otra.

-Cuatro señoras con pañuelos en la cabeza atienden silenciosas y santiguándose a cada rato a las vísperas en la Catedral ortodoxa. El coro canta polifonías mientras el pope, vestido de vivos colores esparce incienso detrás del iconostasis.

-Un junco chino pasa delante de la Estatua de la Libertad.

-El viejo rabino con su espesa barba blanca le enseña a unos niños de bucles negros quién sabe qué antiguos conocimientos a la entrada de una librería.

-Cualquiera de las limusinas, que pasan cuando menos te lo esperas. Simplemente no las pillo.

-Un hombre reparte publicidad a las 8 de la mañana en un pasillo del metro. La gente, acelerada la rechaza o la coge sin mirarle. Pero no reparte propaganda de un vidente o una tienda de manicura, se anuncia a sí mismo: es un candidato a concejal del distrito que se curra así los votos de estación en estación.

-El músico del metro tiene tanto swing que acaba bailando todo el andén.

-Satán, el líder de la banda de moteros, tostándose al sol en su patio con algunos de sus acólitos tiene su niñita recién nacida sobre el pecho peludo. Esa cosa tan pequeña y rosada sobre una mole humana llena de tatuajes le ocupa poco más que el pezón izquierdo. Es un contraste de lo más tierno. Satán vive en la calle paralela a la mía y mi compañera de piso le conoce de hace tiempo. "Hey, Melinda! Ya know? I like you b´cause you don´t judge us, you say hullo when you pass, uh?, not like most of the people that watch us like a cage of monkeys..."

Desde luego no parecía el momento para ponerse a tirar fotos...

lunes, 8 de junio de 2009

Gentrification & Putrefaction.

Gentrification, como ya os conté en su día, es el proceso por el cual un barrio marginal, o de una comunidad cerrada es tomado por jóvenes de clase media que acaban expulsando a los antiguos residentes conforme éstos ven su hábitat trastocado y conforme los precios de los alquileres y de las tiendas suben por encima de sus posibilidades.

Estamos en el año 1 después de Obama. Todo Williamsburg Norte esta ocupado por los hipsters… ¿Todo? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles dominicanos resiste todavía y siempre al invasor.

Efectivamente, el implacable proceso está casi totalmente consumado (las tiendas de barrio venden todas comida orgánica, vegetariana y baja en calorías, las lavanderías te ofrecen servicio completo y te dan la ropa planchada, y galerías de arte, tiendas de libros y de ropa vintage ocupan lo que antes eran edificios industriales y viviendas pobres. Quedan algunas reliquias que atestiguan que una comunidad polaca en su día compartió el territorio, algunos carteles sueltos que los dueños de bares han conservado por nostalgia. Bueno, quedaban dos, y en el tiempo que llevo aquí, uno ha sido sustiutuido por un inmenso grafitti.

Así que igual que en su día los dominicanos empujaron hacia el sur a los judíos, ahora están sufriendo ellos lo mismo.

Todo esto lo cuento porque ayer fui testigo de los coletazos de un Williamsburg latino que se ahoga en su propio barrio, de un episodio de West Side Story, de una de esas historias macabras que se cuentan de Nueva York pensando que son ya coaa del pasado. Sí, debajo de mi casa un grupo de adolescentes dominicanos formaron una batalla contra otro grupo de portorriqueños. Con manillares de bicis, bates, navajas y botellas les atacaron, y éstos, que estaban jugando al baloncesto, respondieron sin dudarlo con los mismos medios. El episodio duró más o menos tres minutos, que fue el tiempo que tardaron en aparecer dos coches de policía. Al grito de alarma de "¡Los burros!", los dominicanos salieron corriendo todos en la misma dirección. En el campo de batalla quedó uno de los portorriqueños sangrando por la cabeza. El jaleo siguió durante un buen rato más, con tomas de declaración, gritos, la ambulancia...

Parece ser que los padres de las criaturitas tienen ahora treinta y tantos, muchos de ellos están sin trabajo o alcoholizados, y sus hijos se han criado en el barrio sin tener ningún tipo de control o modelo a seguir. Hasta hace un año sólo jugaban al baloncesto juntos, pero han crecido y la adrenalina, la testosterona y el sentimiento gregario les ha hecho dividirse en lo que parecen ser bandas incipientes. Vamos, West Side Story, pero sin banda sonora de Bernstein y sin coreografías. Irónicamente, un grupo aficionado de ballet estuvo ensayando hace una semana."Romeo y Julieta" de Prokofiev en la misma cancha.



No quiero saber lo que pasa en los barrios "malos". Un colega me ha contado que en el vecindario del instituto de su hijo la policía espera a que llegue en metro, agrupa a los pasajeros, todos estudiantes, y les escolta hasta la clase, y lo mismo de vuelta a la salida.

Yo lo tengo claro: ¡viva la gentrificación!
...o no...

domingo, 7 de junio de 2009

Podría ser.

Podría ser un viejo cottage en la verde campiña irlandesa...

...pero está en la postmodernista Battery Park City.


Podrían están pescando en un puerto de Okinawa durante la Segunda Guerra Mundial...

...pero están abasteciendo de cangrejos su comercio de Chinatown frente al USS Intrepid



Podría ser el Foro Boario de la Città Eterna...

...sin embargo se trata de Washington Square.

Parecería que se trata del monumento a un héroe de la Guerra de la Independencia...

...pero es la Avenida Benjamin Franklin, en Filadelfia.

No es París ni los guardamuebles de la Place de la Concorde...

...es Logan Square, también en Filadelfia.

En contra de lo que pueda parecer no es el Congreso de los Diputados...

... es el National Museum of Natural History. Para más información véase la siguiente entrada.

sábado, 6 de junio de 2009

Mi votooo me lo robaaaaron...

La burocracia española (combinada con la americana, también terrible) lo ha conseguido: por primera vez en mi vida adulta no voy a votar, y no por voluntad propia. Lo peor no es que se me haya negado el derecho más básico en una democracia, que es el que por cierto justifica que se llame democracia, sino la naturalidad y pasividad con la que lo contemplan todas las instituciones a las que me he quejado cuando todavía tenía solución.

Resulta que por la acción combinada de la Oficina del Censo Electoral (que depende del Ministerio ¡de Hacienda!) que envía la documentación por correo ordinario y si llega, llega, las aduanas estadounidenses y el Consulado, que me ha mostrado reiteradamente su inoperancia, mi voto estas elecciones ya está decidido: abstención forzada.

Todas las experiencias que he tenido en tan excelentísima institución han forjado en mí la idea de que la plantilla se compone de casos de catálogo de sublimación percuciente del Principio de Peter. En vez de deportarles a Siberia les mandan al Consulado de Nueva York, donde tienen una vida cómoda y suena bien.

Cuando llegué, mi primera semana fue una contrarreloj en la que tenía que resolver todos los papeleos necesarios previos a empezar a trabajar, casi sin comer y casi sin dormir. El viernes anterior a comenzar el trabajo decidí ir al Consulado a registrarme: ya tenía casa, requisito para que te acepten en sus achivos. Se supone que TU consulado es zona amiga, un lugar donde si tienes algún problema gordo te tenderán una mano, una institución que representa a tu país en tierra hostil. Así que todo sonriente y relajado, fui con mis papeles a las 12 de la mañana, sabiendo que el horario era de 9 a 2. A las doce y media fui atendido por un funcionario grosero que sin mirarme siquiera me espetó en monosílabos: "¡Foto! ¡Dni! ¿no tiene foto? ¡No puede registrarse!". En el mismo estilo me dice que el sitio más cercano (según él) donde me puedo hacer una foto está en una farmacia a unos cuantos bloques. "Bueno, cierran ustedes a las dos, ¿no?" me aseguro. "Ufff, bueeeno, para lo suyo...tiene hasta la una, que tenemos que ir cerraaando"

Miro el reloj. Tengo media hora escasa para llegar, hacerme la foto, volver, pasar los controles de seguridad y registrarme. Allá voy corriendo como un loco.

Farmacia cerrada. Siguiente farmacia, cinco bloques más allá. 20 dólares por una foto de carné. Vuelta corriendo esquivando coches, lanzo las monedas y objetos metálicos a los de seguridad...La una menos dos minutos. Llegué.

Soy la única persona en la sala esperando ser atendido y todas las ventanillas están desocupadas, al igual que hace media hora. Me recibe el mismo funcionario, mirándome de reojo. "¿Qué desea usted?" "Bueno, lo mismo que hace media hora, registrarme". "Espere". Después de un buen rato, vuelve todo tranquilo: "Está cerrado, vuelva el lunes". En ese momento la sensación de frustración y la tensión acumulada durante toda la semana llegó al límite, pero consigo sacar la voz más melíflua de la que soy capaz: "Señor, el lunes no voy a poder, ni ningún otro lunes ni ningún otro día, porque su horario de 9 a ¿1? es incompatible con el trabajo que comienzo. Es una cuestión sencilla...yo le dejo todos los impresos rellenos y la foto y ustedes lo gestionan el lunes". Respuesta del chupatintas: "No podemos recepcionar ningún documento". "¡Si no quiero que lo recepcionen, sólo que lo cojan!" Así que le dije que quería hacer una queja oficial por el trato recibido y fue ese el primer momento en el que levantó la cabeza y empezó a hablar con frases largas: "Sepa que eso significa elevar una queja al Señor Cónsul". Por el tono y el cambio de actitud me di cuenta que había acertado. "Efectivamente, al Señor Cónsul, haga el favor". Para evitar eso, que debe ser lo peor que les pueda pasar en ese limbo desocupado e inoperante, sale otra vez y aparece una señora, obviamente alguien con más autoridad. Le explico el caso, e insisto en lo de la queja. Momentos después la señora me dice que han reiniciado los ordenadores, y que me lo están gestionando pero confidencialmente, me dice, ahora es a ella a la que odian. Le doy las gracias y prescindo de la queja escrita.

El mayor y casi único beneficio de todo esto era el poder votar en las elecciones europeas (cosa que al final no va a suceder), porque aunque se supone que el Consulado vendrá en mi auxilio si hay una situación de emergencia... lo dudo mucho si les pilla más tarde de la una o a la hora del cafelito.

Por cierto, pocos días después cambiaron los horarios en la página web.

jueves, 4 de junio de 2009

Miscelánea (3)

Algunas imágenes y pensamientos inconexos:

La moda manhattanita se parece bastante a la de la corte de Felipe II. Las chicas cuando se arreglan, se visten casi siempre de negro riguroso. En verano tienen que pasar unos calores...pero lo suelen compensar usando poca tela.

Dos chicas con el uniforme oficial Bernarda Alba:



The aristocratic melon of the Tropics.

The Greenwich Village. Perry, ¡esta va dedicada!


Barbacoa en el bosque, en casa de los padres franco-sudafricano-neoyorquino-israelitas de una amiga. Han puesto redes alrededor de la casa para evitar que los ciervos se coman las flores. La madre, vegetariana y kosher, ¡prepara unas hamburguesas y perritos a la parrilla que resucitan a un gólem!

¿Tengo que decir dónde está esta montaña rusa de 1927? El perrito es una pista, por si hace falta. Los tablones de madera y los perfiles roblonados de la estructura hacen que montar sea un acto de fe.

¡Ay!

I happen to like New York...