domingo, 15 de noviembre de 2009

El goliardo.

Cuando llegué aquí mi primera semana fue para la búsqueda de un techo. La segunda ya estaba buscando coro. Un mes después canté mi primer concierto con un grupo de música renacentista y desde entonce hemos dado un par de ellos más, además de bolos esporádicos, como el de ayer con otro grupo, esta vez el Réquiem de Fauré y otras músicas francesas.

Puedo vivir sin tortilla de patatas (sin gazpacho me resulta más duro) pero tenía claro que no quería vivir sin música todo este tiempo, y las piezas que he aprendido con este coro son excepcionalmente buenas.

Desde el primer momento se acercó a mí un tipo jovial cuyo nombre compuesto delataba su origen sureño: Kally-Ray. En sus cuarenta, con un vastísimo conocimiento de prácticamente cualquier tema que surja, políglota, buen tenor, bajo y director ocasional, además de epicúreo degustador de cervezas, enseguida supimos cómo sacarle partido a todas esas cualidades, y establecimos la noche de la cerveza de barril, todos los martes a la salida del ensayo, investigando en animada charla las provisiones de cada vez un local distinto del East Village o de Gramercy. ¡Tarea laboriosa, pero a la par gratificante!

Un día, en la Taberna de Pete, después de una disertación suya sobre cierto doctor de la Iglesia, y uniendo piezas sueltas le pregunté algo confundido: pero Kally-Ray, tú ¿a qué te dedicas? Me contestó con su perfecto castellano y una sonrisa pilla: “Soy un cura”. Pastor protestante, para ser más concreto.

Así que mis noches de los martes me las paso brindando con uno de los pocos goliardos medievales que todavía quedan pululando por estos mundos.

1 comentario:

  1. ¡Dios Mío! ¡Un Goliardo y yo sin conocerlo! Tráetelo para acá, por Diosssssss.

    ResponderEliminar