martes, 14 de abril de 2009

Easter

El fin de semana de Pascua lo hemos pasado juntos todos los compañeros de piso de comilona en comilona y de casa en casa. se ve que aquí la Semana Santa les importa un pimiento, pero la Pascua (Easter) y el Passover, la Pascua Judía, sí que tienen una notable tradición. Así que nos hemos juntado judíos y cristianos en la misma mesa con la excusa. Los niños se lo han pasado pipa buscando huevos de pascua que les ha dejado el Easter Bunny.

Es el momento de derribar un mito, eso de que Nueva York es "La ciudad que nunca duerme". Es tan verdadero como que París es "la Ciudad de la Luz", la capital europea con menos horas de sol al año. Pura publicidad: ¡en nueva York duermen, y como lirones! De hecho, resulta deprimente cómo se despide la gente sin rubor a las cinco de la tarde, (hora torera, cuando la tarde no ha hecho más que empezar) con un Good night!. El momento preferido por los neoyorquinos para socializarse los fines de semana es el brunch, mezcla de breakfast y lunch. Es un desayuno pantagruélico a eso de las doce o a una que vale ya como comida de mediodía. Todo lo que ponen está delicioso siempre que consigas olvidarte de que las cantidades de nata, miel, mantequilla y sirope de arce que te estás metiendo en el cuerpo no deben de ser lo mejor para el organismo.



En este fin de semana intensamente social también he conocido a un irlandés de Cork recriado en Nueva York pero que ostenta acento, faz y costumbres irlandesas como si acabase de desembarcar, que nos enseñó la parroquia católica a la que va los domingos. La abrieron para nosotros y el párroco, todo amabilidad, (que por cierto, había hecho el camino de Santiago) nos hizo una vista guiada. Lamentablemente no tengo fotos, porque era un neobarrocazo del tres, luminoso y con unas proporciones extrañas que me recordaban a las iglesias paleocristianas. En sus tiempos de esplendor tuvo 40.000 feligreses y podían asistir simultáneamente a misa unos 4000 entre el espacio central y la enorme cripta lo que al parecer ocurría todos los domingos, en los que se alternaban oficiando nueve curas. De todo eso sólo queda la infraestructura algo ajada y un jardín lleno de zarzas, porque estuvo abandonada hasta que a este cura le ha sido encomendado sacarla adelante, sin dinero para restaurarla, y sin prácticamente medios. El tipo es ingenioso y ya se las ha apañado para hacer sonar el órgano, que estaba estropeado casi desde su inauguración, allá por 1912, y conseguir un organista voluntario. También ha contactado con empresas de construcción para que le dejen a precio de saldo algunos materiales y restos de serie. Es posible que líe a mi coro para cantar ahí algún día. ¡Desde luego, lo merecen tan voluntarioso cura y su iglesia-ave fénix!

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