jueves, 19 de marzo de 2009

Mi casa...

Con las necesidades básicas resueltas me decidí a salir a husmear alrededor del hostal a ver qué me ofrecía la ciudad. Fue un agradable paseo con el que le fui cogiendo el gustillo a esas mismas calles que en un principio encontraba hostiles. también me fui haciendo un poco con algunos aspectos del espíritu neoyorquino. Lo que en un principio identificaba con agresividad, y es cierto que tiene un claro componente agresivo, ahora más bien lo identifico con espontaneidad. Conforme vas por las calles, mucha gente se dirige a tí, igual para insultarte de forma ininteligible porque te has parado o porque estás demasiado cerca, que para entablar una agradable conversación que puede durar lo que tarde el metro en llegar a su destino, y no es raro que otros que la escuchen se incorporen. Es graciosísimo. Esta característica de no callarse ni lo bueno ni lo malo, de hablar con las paredes y de explotar si no dices una cosa ingeniosa que se te acaba de ocurrir aunque sea a un desconocido y sin preocuparse por la posible reacción del interpelado, es una característica de algunos destacados especímenes de mi familia paterna, que yo denomino "incontinencia verbal". Yo padezco el síndrome, tal vez no en su fase más aguda, pero sí suficientemente como para que me encuentre muy a gusto con esta faceta neoyorquina.
(Digresión: la mayoría de los que están leyendo estas líneas conocen el síndrome perfectamente, pero para los que no, baste con citar un ejemplo del caso más agudo, arquitecto e historiador para más señas: Semana Santa de Jerez de la Frontera. El susodicho está viendo una procesión con un amigo y comentando por lo bajo: "Dios mío, qué paso más horrible...si está tallado a mordiscos...y los arreglos florales parecen helados de la Ibense!" en esto aparece el hermano mayor de la cofradía, le reconoce y se dirige a él humildemente. "Don X, cuanto tiempo, qué honor tenerle con nosotros...mire qué hermosura de paso...lo acabamos de comprar, la otra imagen se la vendimos a la hermandad de Sevilla, y esta nos la acaban de esculpir...estamos muy contentos, maestro...es usted un experto en esto..nos fiamos de su criterio...¿qué haría usted para mejorarlo?" La respuesta incontinente no se hizo esperar: "Bueno...estas cosas...en Valencia...las queman por San José!" No hace falta que diga que fue inmediatamente declarado persona non grata por la hermandad. Fin de la digresión).

También estuve en Times Square, y no vi ninguna plaza. Me gustó mucho, sin embargo. No sé por qué hago permanentemente paralelismos con Berlín desde que estoy aquí, y Times Square me recordó algo a Potsdamerplatz en lo espectacular de su comercio y los carteles, pero en este caso Nueva york gana (no siempre es así). estuve en el Rockefeller Center, y un buen rato, porque es el único sitio donde he visto bancos públicos en Manhattan, y me quedé catatónico mirando al eje central donde está la estatua de Prometeo, que parece que se ha suicidado tirándose de lo alto del rascacielos y que los neoyorquinos llaman irónicamente Leaping Louie. El edificio central del Rockefeller sí me impresionó bastante, y eso que es sensiblemente más bajo que el Empire State Building, donde había estado ya pues la Cámara de Comercio española-neoyorquina tiene su sede ahí y yo tenía obligación de informarles de mi llegada. Creo que es porque el Rockefeller tiene una proporción más oblonga mirado de frente, y la sensación es más imponente, y el Empire State es mucho más ancho proporcionalmente. Eso viene a confirmar que el ancho es más importante que el largo en muchos contextos... También entré en St. Patricks Cathedral, (santo con el que tendría relación más estrecha el día siguiente), y me divirtió uno de tantos equívocos que provocan las diferencias culturales. En medio del altar, presidiéndolo todo, un gran arreglo floral con un único mensaje:"69".

Salvo esa pequeña licencia del paseo, los siguientes dos días me los he pasado esencialmente metido en el albergue mandando correos pidiendo una habitación para alquilar. La actividad era pesada e infructuosa. a pesar de tener varias delegaciones ayudándome desde Madrid a preseleccionar los pisos, pues la conexión a internet del albergue es en teoría de 10 minutos por persona y si aparecía alguien tenía que dejarle paso, casi no recibí respuestas. Es decir, recibí UNA respuesta. La mayoría requería que se le contestase por teléfono y ya os he contado lo difícil que es llamar si no tienes móvil por aquí. Así que sin acordarme realmente de cómo era el piso ni cuanto pedían por él, con el lío que tenía por las más de 40 ofertas que había mirado, les dije que estaba interesadísimo y que concertásemos una cita ya.

Mi estrella empezaba a cambiar.

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